Intentar, examinar y comprobar para aceptar o rechazar es más gratificante que atinar sin ensayar.
El hombre que se atreve a probar cosas nuevas constantemente, tiene ventajas creativas y competitivas sobre el que no.
Y aunque parece algo de sentido común (que lo es), esperar que las cosas se te revelen como algo divino, no es quizá la mejor estrategia personal y profesional.
Desde saber cuál es tu elemento, si estás en él o no, si lo que haces es tu pasión o fue algo con lo que tropezaste y te enganchaste, o fue lo que te enseñaron, hasta hacerte preguntas como:
¿Qué hubiera ocurrido si hubieras visto otras cosas?, ¿si en vez de tu escuela hubieras ido a otra?, ¿o si hubieras estudiado la otra carrera que te gustaba?
Llega un momento en nuestra mediana edad, en la que filosofas más, identificando que una pequeña decisión le hubiera dado un vuelco completo a tu vida.
Más cuando tus elecciones fueron influenciadas por tus miedos, creencias erradas de la edad, validaciones de otras personas que te incitaron (en ese momento), por la opción que elegiste.
Entonces, en vez de enloquecer tratando de saber si fue o no la selección acertada, ocúpate de experimentar nuevas rutas, aventuras, actividades, oficios, diferentes maneras de pensar y actuar.
Y verás, que no solo es más gratificante experimentar lo desconocido, sino que en esas «exploraciones libres» sentirás cuando fluyes como un hombre más inteligente o cuando estás en el sitio errado, haciendo la tarea incorrecta.
Eso sí, dale tiempo al proceso, cuando ignoras algo lo rechazas, cuando lo conoces, lo odias o lo amas, sin embargo, sin darte la oportunidad de experimentar no sabrás si algo te potencia o debilita.
Aquí puede estar la diferencia entre conformarte o redescubrir habilidades fantásticas que tal vez desconocías.
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