La paradoja de ser un hombre ocupado es que siempre tienes tiempo para todo, menos para lo importante.
Te engañas pensando que la disciplina llegará cuando tengas más tiempo, más dinero o menos responsabilidades.
El espejismo del mañana
En más de dos décadas trabajando con hombres de negocios, he visto el mismo patrón repetirse una y cientos de veces: profesionales “exitosos” que no pueden sostener un hábito saludable ni aunque su vida dependiera de ello. Hombres que manejan equipos enteros, pero no pueden manejarse a sí mismos.
Durante años arrastré un cuerpo y hábitos que no servían a mis propósitos. No era vanidad, era funcionalidad. ¿De qué sirve un empresario que no tiene energía ni para sus propios proyectos?
La disciplina no llegó cuando encontré el entrenador o ritual perfecto; llegó cuando entendí que mi comodidad era mi prisión. Y así en los diferentes entornos de mis proyectos.
El confort como enemigo
Los hombres de mediana edad tenemos una habilidad especial para racionalizar nuestra mediocridad. Nos hemos vuelto expertos en justificar por qué no podemos hacer ejercicio, por qué no podemos comer mejor, por qué no podemos dedicar tiempo a lo que realmente nos importa.
“Es que tengo una empresa que atender”, “es que la familia demanda tiempo”, “es que la economía está complicada”. Felicitaciones, acabas de ganar el premio al mejor guionista de excusas ejecutivas del año.
La trampa de la experiencia
Lo más irónico es que tu experiencia, esa que tanto presumes en LinkedIn, se ha convertido en tu mayor limitante. Crees que por haber “llegado hasta aquí” tienes derecho a aflojar, a ser menos exigente contigo mismo.
La realidad es que la disciplina no es un destino, es un vehículo. No es algo que alcanzas y ya está. Es una decisión diaria que tomas cuando el peso de tu experiencia te dice que ya has hecho suficiente.
El costo del autoengaño
Aquí viene la parte que seguramente no quieres escuchar: tu falta de disciplina no es un problema de tiempo o recursos. Es un problema de identidad. Te has convertido en el tipo de hombre que se conforma con menos de lo que puede dar, y lo peor es que has aprendido a vivir con ello.
¿Cuántos proyectos has dejado a medias? ¿Cuántas promesas de cambio has roto? No son tus circunstancias las que te limitan, es tu tolerancia al autoengaño.
La verdadera disciplina
La disciplina real es silenciosa. No necesita de validación. No requiere que publiques en redes sociales cada pequeño logro. La verdadera disciplina no es sexy. No se ve bien en Instagram.
Es levantarte cuando no quieres, es trabajar cuando otros descansan, es mantener tu palabra cuando nadie te está mirando. No se trata de motivación momentánea o de esperar el momento perfecto. Se trata de entender que cada día que postergas tu autosuficiencia masculina, cada vez que eliges el camino fácil, estás construyendo una versión más débil de ti mismo.
El precio de la comodidad
Y aquí está la verdad que duele: mientras sigues posponiendo tu disciplina, otros hombres están construyendo la vida que tú quieres. No más jóvenes, no más talentosos, no más inteligentes, simplemente menos cómodos con la mediocridad.
La disciplina no es para cuando te sientas listo. Es para ahora, en medio de tus responsabilidades, de tus compromisos, de tu vida caótica. Porque si esperas el momento perfecto, te quedarás esperando hasta que sea demasiado tarde.
Entonces, ¿seguirás siendo el hombre que tiene una excusa para cada ocasión, o te convertirás en el hombre que encuentra una manera a pesar de todo? La decisión, como siempre, es tuya.
Solo recuerda: el tiempo pasa igual para todos, pero no todos los hombres hacen que su tiempo valga la pena.
Deja un comentario