El hombre contemporáneo prioriza el divertimento, la calidad de vida y la pasión sobre el crecimiento.
Por eso el dilema actual, pasa por encima de la validación social para determinar si vale la pena o no, tener y abarcar más.
Cuando creas un producto, emprendimiento o negocio, lo primero que puede contaminarte la mente es la «idea errada» de que para ser un hombre exitoso debes crecer constantemente, y si paras, ¡estás muerto!
Nada más alejado de la realidad, o por lo menos del nivel de conciencia en el que vivimos ahora.
Si bien el crecimiento es necesario para comprobar la viabilidad de tu negocio y hasta cierto nivel, su sostenibilidad, no identificar hasta qué momento es suficiente y debes parar, puede hacer que tu emprendimiento inicial pierda su esencia, transformando un sueño en una pesadilla.
Por eso, primero reconoce hasta qué instante te hace feliz esa idea que emprendiste, cuándo comienzas a crecer sin necesidad y sin agregar mucho más valor a tus clientes de lo que el negocio crece.
El crecimiento se justifica cuando el valor que aportarás a los demás (clientes, equipo, socios) será, por lo menos el doble de lo que creces.
De lo contrario, probablemente solo necesitas un poco de optimización, ser más eficiente y quizá más calidad, para que con los mismos, e incluso menos clientes, tengas un negocio genial.
Sin embargo, eso no es crecer; es progresar, y el progreso está relacionado con evolucionar, ser una mejor versión de ti y con sentirte más a gusto contigo y con lo que solucionas a los demás
Y para lograrlo, no implica tener, vender o crecer más. Puede que, la mejor opción sea centrarte en ser más rentable y agradecido, en lugar del cliché del hombre común de ser más grande en los indicadores errados.
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