Para el hombre que ignora sus paredes, el futuro es más simple, para el que las ve sin derribarlas, un calvario.
Cuando hablamos de masculinidad, nos encantan los símiles, sobre todo, con los machos más salvajes.
En realidad, los hombres no somos ninguno de esos animales que lees por ahí, es tan solo un modo fácil para comunicar la decadencia masculina de nuestra era, y como formo parte del protesto. Aquí va mi símil.
Un león es majestuoso, imponente y respetable tanto en su manada como perímetro, en cambio, un cordero es sumiso, asustado y desorientado, por eso sigue como tonto a los demás miembros del aprisco—mejor no pensar para no arriesgar, ¿verdad?
Siempre planteo al hombre contemporáneo como el león del zoológico, con grandes habilidades y poderes, pero inútiles en esa pequeña jaula.
Y el borrego ha sido el protagonista de diferentes episodios, representando a ese hombre sin identidad, cancelado y que, a diferencia del león, desconoce si puede comportarse de otro modo.
Cuando eres el león, que en teoría todos los hombres tenemos el potencial de serlo, vas descubriendo los límites de esa jaula, te das cuenta, que allí encerrado siempre serás un tipo infeliz con poco para ofrecer.
Además de las empresas, instituciones gubernamentales y escuelas, no encuentro a quién más puede serle atractivo, un animal poderoso y castrado. Dudo que a tu pareja, amigos, familiares y socios.
A la par de la decadencia masculina, no todo es negativo, porque si bien este mismo declive es culpa nuestra por perezosos, frágiles y viciosos, recuerda que un hombre siempre elige, y puedes elegir cambiarlo.
Si te quedas irradiando lástima, ternura y compasión como el cordero, o, por el contrario, derribas las paredes de esa jaula, y sales a conquistar un mundo lleno de aventuras que te pertenece.
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