No es lo mismo un hombre atendido que uno respetado, ganar respeto, precisa admiración.
El mejoramiento masculino, tu desarrollo personal y profesional suena muy bien cuando lo vemos en una frase.
Cuando escuchamos un episodio de algún pódcast o por qué no, cuando lo comenta un amigo, del que no envidiemos “negativamente” su progreso.
Sin embargo, ponerse la armadura y salir a luchar implica otro desafío, nuestras inseguridades salen a flote, todo lo que infravaloramos y sobrevaloramos de nuestras habilidades comienza a surtir efecto.
Y no quiero decir que te vuelvas un tonto motivado y te avientes contra las paredes, por desconocer tus limitaciones.
Pasa, que nos centramos en esas debilidades, por los juicios de otros, una adolescencia violenta, parejas locas en tu pasado, un acoso temprano que no supiste gestionar, ideas y negocios fallidos que ahora como un tipo de mediana edad, te pesan más.
Sin contar, los complejos de no ser un milenial para innovar en productos, servicios y negocios que no existían en tus inicios.
Por eso, prepagas admiración acumulando juguetes, cuando en lugar de atribuirte respeto, te muestran como un fantoche que se pavonea para ocultar las miserias que tiene para ofrecer.
No es que esté mal poder comprarte lo que se te venga en gana, el quid está, en los motivadores que te hacen ponerte en acción, ¿buscas atención, respeto o aprobación?
Si logras diferenciar los pretextos de tus limitaciones, y lo que haces por ego para ganar la atención, de lo que hace un hombre de verdad para ganarse el respeto de otros.
Podrás dejar el equipaje de tus complejos y finalmente poner a trabajar tus habilidades en lo que realmente te importa.
Porque un hombre autosuficiente y seguro puede vivir sin atención, sin embargo, el honor carece de significado cuando no irradias respeto.
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