Un barco, construido por un hombre visionario y consciente de su potencial, es poderoso, resistente y majestuoso.
Cuando navegas con un propósito claro, eligiendo las rutas adecuadas, tu barco puede ofrecerte exactamente lo que necesitas:
- La libertad para avanzar a tu propio ritmo
- Navegar bajo tus propias reglas
- La oportunidad de observar el horizonte
- Y la sensación de dominio sobre las olas.
Sin embargo, el combate surge cuando, en lugar de inspirarte, comienzas a envidiar lo que tienen otros navíos, llenándote de envidia y resentimiento.
Si intentas convertir tu barco en un crucero lujoso, o insistes en equiparlo con tecnología avanzada y decoraciones ostentosas, pronto te encontrarás con un navío que no es eficiente ni como barco de exploración ni como yate de lujo.
Por eso, es clave que puedas reconocer qué tipo de barco necesitas realmente y ajustar tu curso en consecuencia de esa necesidad implícita en tu visión.
El mar no es el espacio. Un barco no puede hacer lo que hace un cohete. Tampoco puede hacer lo que hace un carguero o un submarino. Es excelente siendo un barco, dominando el mar, domando tu mar.
Al mirar las redes sociales y las noticias de negocios, es evidente que las historias de magnates y tipos multimillonarios surgen de ideas que iniciaron muy simples. Son relatos de líderes que están marcando la diferencia en el mundo. Difícilmente lo lograron navegando en una simple canoa.
Aunque no hay nada de malo en que tu barco sea sencillo y sin lujos, si cumple su cometido.
El verdadero desafío surge cuando perdemos de vista lo que nos propusimos construir desde el principio: un barco que no solo navegue, sino que también conquiste las aguas a las que nos enfrentamos, un navío que refleje nuestra verdadera visión y carácter masculino.
Así que navega con autenticidad y propósito, sin envidiar a otros hombres, para conquistar tus propias aguas y alcanzar tus verdaderas metas.
No sea que te hundas en aguas profundas por desviarte del objetivo y no saber capitanear el barco que construiste.
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